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HASTA EL ECUADOR



Aquí ando, amig@s, otra vez, al principio del camino.

Y es que las lecciones se te van solapando y repitiendo, a lo largo del trayecto, hasta que las decidís enfrentar.


Siempre fui codependiente.

La codependencia forma parte de la estructura molecular de mis células.


Siempre fui codependiente con mis padres, mis amigos, mis hábitos, mis lugares y mis costumbres. Y, sobre todo, con mis ganas desesperadas de tener todo siempre bien identificadito, organizadito, y bajo control.

Un freak…

Un nazi emocional…


Y en esas me ando, una vez más.


El último año fue una aventura increíble, viviendo en Colombia y visitando Estados Unidos. Fue un año de apertura mental y permeabilidad emocional, para absorber y replantear todos los valores que anduvieron dando vueltas a mi alrededor. Y eso estuvo bueno.


Pero, hace un tiempo, que hay “algo” que no se siente bien. Hay “algo” que me hace ruido.


Estoy a medio tramo entre “turista” y “local”. Tengo amigos, trabajo y actividades de ocio, pero no llego a sentir que estoy “viviendo” mi vida. Cada hora se siente como una pausa, como una espera a lo que está por llegar.


Y me anduve resistiendo, tengo que reconocerlo.

Me anduve resistiendo por miedo al resultado. Estuve manteniendo esa puerta cerrada para no enfrentarme con el hecho de tener que tomar decisiones radicales otra vez y jugar con mi futuro incierto (que nunca fue muy cierto, en realidad).


Me acostumbro a andar PEGOTEADO por la vida.

Así le digo.

Así llamo a mi "condición".

Es una mezcla entre aferrado, temerario, temeroso, sin poder identificar bien qué es permanente y qué es pasajero, qué es solo una experiencia y qué una necesidad. Sin saber dividir entre lo tuyo y lo mío. Entre el valor real de las personas y el valor de lo que despiertan en mí.

Es engañoso y peligroso. Pero, por sobre todas las cosas, me hace perder el tiempo en lugares y situaciones en las que no quiero estar.

Y, como cualquier codependiente sabe: lo más probable es que luego termine culpando a alguien más de mi malestar.


Entonces, después de todo lo que viví y aprendí: ¿No tendría que ser más sencillo? ¿No tendría que poder hacer estas cosas de forma más clara?

Si no estoy bien en un lugar ¿por qué sigo allí?


¿Por qué me cuesta tanto tomar las riendas de mi destino y decidir con autonomía lo que quiero para mi presente?


Como ves, esta lección me volvió a seguir. Esta vez me siguió hasta aquí, cerca del ecuador, a la montaña, en esta casita perdida en terreno rural, para taladrarme el cerebro hasta que decida escucharla, como ese grillo que se antoja de ponerse a cantar cuando es de madrugada y no te podés dormir.

Y, cuando una lección se pone así de insistente, no hay otra alternativa más que escucharla.

A veces imagino a mi PEGOTISMO como una criatura. Algo muy parecido al fantasma verde y chicloso de los Casafantasmas. ¡Te juro! Lo escucho hablarme y lo veo ubicarse en cada lugar de la casa.


Y lo quiero soltar.

Lo quiero dejar ir.

Quiero crecer de esto.

Quiero desamarrarme para siempre.


Mi PEGOTISMO siempre trata de convencerme de que, si me alejo de algo, todo lo bueno que está asociado a ello se pierde.

Colombia es un lugar muy especial. Todo lo que viví aquí es muy especial.

Sé que todo lo que viví aquí, viene conmigo, en la estructura molecular de mis células.


Y si no, seguramente la lección que dejé sin aprender aquí volverá, a taladrarme el cerebro en un lugar nuevo… otra vez más.


Todavía me queda mucho en qué trabajar...


MI VIDA EN UN RENGLÓN

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