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GO BIG OR GO HOME

Hay un tiempo y un espacio para ser quien sos… en ese preciso tiempo y espacio.

Cuando esto cambia, cambias vos. Inevitablemente.

Una vez más, los nuevos tiempos y espacios que estoy viviendo sacudieron los cimientos de mi comprensión.


Una de las cosas que más me llamó la atención de mis días en los Estados Unidos es el respeto por el espacio individual. Hablo de todos los tipos de espacio: el espacio en la conversación para escuchar las respuestas del otro sin superponerse, el espacio físico entre las personas (y las disculpas que recibís cuando alguien se cruza en tu camino en la calle), el espacio que hay entre las casas, entre las cosas, el espacio visual a escala urbanística que te deja apreciar los edificios y sentir “aire y luz” en cualquier lugar…


El espacio es, sin duda, una costumbre anglosajona. Algo de lo que los latinos no disponemos y, ciertamente, no apreciamos. ¿Un lujo?

Los latinos, provenientes de lugares con falta de educación en la comunicación y prohibición histórica de la libertad de expresión, usamos la fisicalidad para relacionarnos, entendernos y resaltarnos. Nos abrazamos, nos besamos, somos ruidosos y toquetones. Nos encanta cruzar la barrera de los buenos modales con la gente que queremos, y esto es una señal de cuánto los queremos.


Me costó mucho adaptarme a esta diferencia de costumbres en Estados Unidos. De hecho, creo que todavía no estoy adaptado del todo.


Tanto espacio me hizo sentir desconectado. Suelto. Sin márgenes ni agarres. Y, si hay algo que nos identifica a los latinos, es nuestra codependencia relacional y la conciencia de masa que llevamos en la sangre de años y años de levantarnos en grupo mediante revoluciones contra la injusticia colectiva.


¿Qué hago con tanto espacio? ¿Qué hago con tanto respeto? ¿Cómo me comunico? ¿Cómo me expreso?

Sentí que bajaba a un nivel más profundo del que había alcanzado en Colombia. Más soledad. Aburrimiento.


De chico, me acuerdo, el aburrimiento era una sensación constante. A diferencia de los chicos de ahora, los de mi generación no teníamos tantos estímulos ni padres agotados de trabajar tanto tiempo. Las calles eran lugares más seguros que ahora. Más verdes, más limpios, más familiares… Así que aburrirnos nos abría el apetito por la imaginación. Inventábamos juegos y cosas. Soñábamos despiertos.


Hacía como 15 años que no estaba aburrido.


Ser grande y sentirse aburrido es como ser un niño y querer mirar un programa sobre debates políticos: simplemente NO VAN JUNTOS. ¡Es una locura! No tiene sentido.


No conozco a ningún adulto que se sienta aburrido, NUNCA. Y hasta, creo, está mal visto.


Finalmente tenía tiempo. Finalmente tenía espacio. No solo un rato un fin de semana. No solo media horita a la tarde. Todos los días. Y, lo más raro de todo, no quería “tapar” mi aburrimiento. No quería estímulos. No quería mirar películas. No quería hacer grandes cosas.


Evidentemente este aburrimiento me venía a visitar para contarme algo. Y lo que me dijo fue: “Tenés que aprender a conectarte más con vos mismo”.


¡¿Más?!

¡¿Con todo el tiempo que estuve invirtiendo en mi crecimiento personal?!


Parece que sí. Parece que mi viaje no termina aquí.

De hecho, parece que mi viaje nunca termina…


Te juro que si me hubiera ido por tres años a un monasterio en el Himalaya, creo que no hubiera aprendido todo lo que aprendí hasta ahora.



En fin, que me enchufé al “Alejometro”, y mi primer ejercicio fue solo sentarme y escuchar a mi cuerpo, ver qué tenía para decirme. Y sentí tensión. Tensión en mis hombros, tensión en mi espalda, tensión en mi cuello. Solo tensión… pero NO miedo!

Wow! ¡Toda una novedad! (considerando que el miedo siempre es mi primer respuesta a los ambientes y situaciones desconocidas)


Está bien. ¡Perfecto! Puedo convivir con esto…


- ¿Y qué me venís a decir, Tensión? –

- Nada, solo soy la respuesta a otro cambio en tu vida, al cambio de entorno, a la incertidumbre de saber que vas a pasar el próximo par de meses viviendo en otro país, y hablando otro idioma, y adaptándote otra vez a convivir con gente que tiene otras costumbres que no son las tuyas. Y seguro te va a dar ansiedad y vas a estar desesperado por salir a conocer gente y esperar que sean tus nuevos “mejores amigos” para no sentirte tan solo en este loco mundo como lo hace el resto de la gente. (…) Pero acá no vas a poder. Acá la gente es distinta. Acá la gente no confía y es más cerrada. Así que vas a tener que bancarte la ansiedad, como me vas a tener que bancar a mí. Porque vine para quedarme. –

- Hmmmm… -

- Pero ¿Sabés qué, Alejandro? LO ESTÁS HACIENDO MUY BIEN… ¡Y te Felicito! –


Wow! (número 2)


¿Yo? ¿Felicitándome?


Si, felicitándome.

Algo totalmente nuevo.


Y yo siendo paciente y comprensivo conmigo mismo y con todas las distintas partes de mi personalidad.

Y cuidándome.

Y escuchándome.


Y queriéndome. ¡Queriéndome!


¿Quién lo iba a decir?


Decidí que La Tensión sería mi nueva mejor amiga. Decidí dejarla que venga conmigo a todos lados, en vez de rechazarla, en vez de resistirme. Que me siga hablando. Que me siga contando. Que, en este silencio, me haga escuchar todo lo que nunca escuché por llenarme de ruidos.

Y entramos, los dos juntos, en un estado de calma, de intimidad. Literalmente, pasé un par de días imaginando a La Tensión como una persona que me abrazaba y caminaba conmigo. (De a ratos parece que estoy perdiendo la cabeza, lo sé. Jaja!)


Como si eso no fuera poco empecé a tener conversaciones con Bodra y a “estudiar” un poco por internet sobre el lenguaje corporal.


Mi postura suele ser siempre cerrada y en (si, adivinaste!) tensión. Cuando estoy con gente nueva o situaciones diferentes me apoyo un montón en mi condenado hábito de fumar, porque siento que esconde mi inseguridad, y me creo en control del momento en el que el cigarrillo se vuelve mi centro de atención. Trucos de la mente que uno no sabe que usa…


Una mañana, sentado en el porche de la casa de Ruben y Bodra, en Florida, me dediqué de lleno a hacer ejercicios que “abrieran” mi lenguaje corporal. Visualizaciones de mi energía, movimiento de brazos, expresiones faciales, etc. Un terror terrorífico me recorrió desde la planta de los pies hasta la punta de los pelos. ¡¡Tenía miedo de ser GRANDE!!


No estoy hablando de ser adulto, obvio (porque ese es otro miedo que merece por lo menos 6 posts independientes).

Estoy hablando de ser GRANDE en mí mismo, en mi cualidad, en mi espacio, en mi ser. GRANDE en mi persona e individualidad. Fuerte, seguro, confiado, permeable pero constante en mi singularidad. GRANDE en el sentido de prescindir de otros y/o otras cosas para estar bien. ¡¡GRANDE!!


¡Qué locura!


¡¿Cómo se puede tener inseguridad de ser uno mismo, si, al final del día, es lo único que sos?!


Mi amiga La Tensión fue la alarma que me despertó.


Tenía espacio ahora. Tenía tiempo. Tenía la información.


Irónicamente mi instinto me dijo que para descubrir cómo ser GRANDE tenía que investigar lo CHICO. Tenía que ir para más adentro.

Pasaron las semanas: meditación, reiki, escribir notas a rolete, hacer dibujos usando colores, incluso el ejercicio de dibujar con la mano izquierda… Todo lo que mi instinto me pedía para trabajar sobre ser GRANDE era jugar a ser chico. ¡Porque cuando sos chico solamente “sos”!


Jugar.

¡Qué linda palabra!


¡Cuánta enseñanza y sabiduría hay en no juzgarse a uno mismo y entregarse al natural fluir del juego!


Incluso, una tarde me pregunté: ¿Qué querés ser cuando seas grande?

No podía parar de reírme por haberme hecho esa pregunta. ¡Pero funcionó! Y pude verme a mí en el futuro. Pude ver QUIÉN quería ser, en vez de QUÉ quería ser. Y me sorprendía al reconocer que YA SOY, de alguna manera quien quiero ser. Solo tengo que dejarlo salir.


Los cuestionamientos, autodiálogos y seguimientos me condujeron a mi obsesión por la perfección, pasando por mi miedo al “qué dirán”, cruzando las avenidas de “lo que me enseñaron”, hasta llegar a los orígenes menos pensados de las costumbres, tradiciones y mandatos sociales.


Sentirse GRANDE (en energía, seguridad, independencia, individualidad) es un tesoro perdido entre las costumbres latinas.


Se nos pide ser “normales”, se nos incentiva a ser “estándar”. Nuestra historia es una historia de sumisión y revolución. Solo tuvimos voz cuando nos expresamos en grupo. Hasta hoy en día nos sabemos pequeños, orgullosos y persistentes... pero pequeños.


Tenemos las etapas definidas y las condiciones preparadas para llevar la vida que “tenemos” que llevar, incluso antes de nacer.


Hasta nuestro idioma es más pasivo que, por ejemplo, el inglés (que estoy luchando por usar correctamente en este momento).


En el mundo latino, y especialmente en Argentina:


Si sonás MUY seguro, sos un boludo.

Si querés hablar de cosas INTERESANTES, sos un creído.

Si querés involucrarte y conectarte con los demás, sos un pesado.

Si querés abrirte paso y resaltar por tus cualidades personales, seguro que “vas a querer cagar a alguien”.

Si te mostrás introvertido y en control de tus espacios y emociones, sos un miedoso, un blandito.




Si mi parloteo suena pretensioso es porque me gusta llevar mis pensamientos a un extremo obvio, gráfico y exagerado para luego poder retraerlo y aplicarlo conscientemente una y otra vez hasta que se me haga natural.




Las cosas están cambiando –para y por mí-. Extraño mis lugares cómodos en mi ciudad natal. Pero aún siento ese bichito interno que me empuja a explorar más y más en lo desconocido, que me da ganas de seguir viajando y conociendo, que me abre a escamitas la piel para que se permeen las experiencias del camino.


Este es el momento para mí. Tengo que ir hasta el fondo de mi descubrimiento personal para traer a flote mis fortalezas individuales y saberme protagonista (definitivo) de mi propia vida.


NECESITO ser GRANDE.

NECESITO ir hasta el extremo de estas enseñanzas que me saludan desde cada esquina de las calles que recorro.

“GO BIG OR GO HOME” gritan las publicidades y canciones a mi alrededor.


¡Tengo una valija llena de herramientas para usar!


Pero, quizás, no necesite usar ninguna.

Quizás solo tenga que correrme de los lugares comunes cuando la ansiedad ataque…

Quizás solo tenga que quitarme el velo de los ojos y ver que nada grave puede pasar por adueñarte de tus conocimientos y fortalezas…

Quizás solo tenga que perder el miedo al encontrarme (o perderme, si vamos al caso) sin nadie que me diga: “pobrecito” mientras me hace mimos…

Quizás solo tenga que ser yo.



Así que tengo mi fecha límite para convertirme en el Alejandro que ya soy, que siempre fui, y que voy a ser.


GRANDE, AMPLIO, SEGURO y CENTRADO.


Vamos a ver cómo voy…


MI VIDA EN UN RENGLÓN

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