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SANAR

Dicen en el campo que si te duele la muela te tenés que apoyar la panza de un sapo en la cara. ¡Ni loco! Pero dicen que eso calma el dolor…


A mi otra vez me agarró el dolor de muelas. No hay nada que hacer. Parece que esa va a ser mi maldición eterna…

Y lo único que me calmó el dolor fue hacerme buches de agua con sal.


¿Pero eso me va a curar? ¿Me va a sanar?


Esta vez parece que el dolor es solo muscular, o causado por los nervios, así que el agua con sal dio efecto.


Pero ¿Cuando te duele el alma, con qué te hacés buches?


No sé si es el desprenderme de mi entorno conocido, o el silencio y la calma de mi nueva vida en Santa Elena, pero algo en mí subió a flote un montón de tristezas y dolores que vengo acumulando y tapando durante años. Desde que soy chiquito…


Y es que todos tenemos dolor. Todos estamos enojados con algo o alguien. Todos arrastramos frustraciones propias y ajenas.


Y no estoy hablando de una pelea con tu vieja o celos con tus hermanos. Estoy hablando de experimentar abandono, violencia, o discriminación. Estoy hablando de dolores profundos, de los que marcan tu personalidad para siempre.


Quizás es una cuestión cultural (estoy casi seguro de ello) pero en Argentina no ponemos tanta atención en estas cosas, las minimizamos, o las naturalizamos y seguimos “viviendo”.


Me sorprendió descubrir tanto dolor en mí, tantas cicatrices mal curadas. La mayoría debidas a mi condición, obviamente. Y a distintas clases de violencia (verbal, psicológica, social…) que sufrí sin darme cuenta. Todas esas agresiones, todos esos mensajes, todas esas imágenes se cristalizaron durante los años en las capas más profundas de mi piel, convirtiéndome en lo que soy hoy. Y, así, me encuentro de a momentos teniendo diálogos conmigo mismo en los que me condeno y me menosprecio, en los que me desvaloro, me desconfío, o incluso me lastimo.


El dolor siempre estuvo allí. Y, detrás de él, un enojo profundo conmigo mismo por no ser lo que los demás esperaban de mí… y por no ser lo que yo esperaba de mí, tampoco.


Estos últimos días estuve escuchando historias increíbles de la gente que ahora forma parte de mi vida. Realmente escuchado.


Colombia es un lugar con una historia difícil. La realidad aquí está impregnada de corrupción, abuso de poder, ignorancia, pobreza, violaciones, violencia… nada muy distinto a lo que pasa en Argentina, claro. Pero cuando uno ve estas cosas en otro lugar que no sea el propio, se permite quitarse el velo de la culpa que le tapa los ojos.


Grave error…


¡Cómo me está cambiando la perspectiva de todo!

¡Cuánto dolor! ¡Cuánto enojo! ¡Cuánta injusticia!


Ojo que no estoy hablando de cuestiones sociales, sino que estoy haciendo zoom, y notando cómo estas cuestiones se penetran, silenciosamente, en el sistema nervioso de las personas y se transmite en forma de miedo y silencio de generación en generación. Transformando a los individuos de maneras puntuales, afectándolos.


El mundo es un lugar doloroso.


Y no hay buches de sal para eso…



Hablando de sal:

Hay un documental que me cambió totalmente la cabeza. Se llama “La Sal de la Tierra”. Si podés míralo…



Creo que a esta altura me es bastante obvio que todos miramos lo que elegimos, lo que nos queda cómodo ver… Es más fácil. No solo para no hacernos cargo de los problemas ajenos (que creo que también es otra forma de violencia impulsada por la estúpida tendencia New Age de “no necesitás a nadie para ser completo” y “no te involucres en el malestar de nadie”) sinó también para no enfrentar los propios.


Para mí, viajar a Colombia, fue descubrir a “las personas”. Sus dolores, sus luchas, sus imperfecciones, y su belleza en todos esos estadíos.


Por primera vez desenmascaro sin pudor todas las capas que conforman a los seres humanos, hasta las más oscuras… y llego a la conclusión, como en el documental, de que las personas son “la sal de la tierra”. Lo que le da sabor. Lo que la hace ser lo que es.


Al final del día todos somos una suma de dolor, lucha, imperfecciones, y la belleza que hay en eso. Inevitablemente.


Grandes cambios en mi forma de mirar el mundo…


Pero ¿Queremos sanar?


Uno pensaría que ese es el instinto básico de cualquier ser humano, para con uno mismo y con respecto a la forma de mirar a los demás.

Sin embargo, hay gente que “no puede” sanar… y hay gente que “no busca” sanar.


¿Qué significa SANAR?


Para curarte de algo primero tenés que reconocer la dolencia. Y no es una tarea fácil.

Si quiero que se me pase el dolor de muela tengo que aceptar que hay algo en mi muela que no está sano.

Y después tenés que tener instinto de superación y querer enfrentarlo, enfrentar las posibles consecuencias y riesgos, y querer superarlo.


Hay personas que prefieren callar sus dolores, y esperar que pasen.


Hay personas que necesitan aislarse y enfrentar sus miedos más profundos en un ambiente seguro en orden de juntar el valor suficiente para combatirlos.


Hay personas cuyo dolor, cuyas cicatrices, son tan TAN profundas que necesitan de otras personas para curarse. Necesitan de alguien que los vean, que los reconozcan, que se identifiquen, y que después los acompañen en el doloroso proceso de cicatrización.


Hay personas que nunca van a sanar. Y, por más triste que sea, esa es una realidad.


Y hay personas como yo, que no sabían que estaban tan quebrados por dentro, que creían que su vida siempre fue color de rosa, y que se despiertan un día (después de enfrentar un montón de nuevos desafíos y creyéndose más fuertes que nadie) con una tristeza imposible de describir.


Y, creo que una vez más, las lecciones aparecen cuando el alumno está preparado. Y, aunque no lo parezca, este parece ser el lugar y momento indicados para mí para SANAR.


¿Qué significa SANAR para mí?


Creo que: PERDONARME. Finalmente, y de una vez por todas.


Crecí y viví en un ambiente bastante intolerante, donde las diferencias eran castigadas y las expectativas muy específicas. Y si le sumamos a eso el hecho de que siempre fui muy autoexigente…


Viajar me dio paz, después de enfrentarme con toooodas mis limitaciones. Y la gente de aquí me dio tolerancia, de la más generosa y real que jamás experimenté.

Todo el escenario se dispuso estos últimos días para que mi mente y mi espíritu se pongan de acuerdo en que ya llegó el momento de dejar las excusas, y las culpas, y los miedos. Y la única forma de hacer eso es soltar el pasado. Y perdonar…


Y PERDONARME.


Me estoy haciendo buches de sal en el alma. Cada día, cuando tengo la posibilidad. Me quedo en silencio conmigo mismo, caminando entre los pinos, en la montaña, de la mano del Ale Chiquito que aún llora y sufre, que aún no entiende por qué pasan las cosas que pasan y la gente lo trata como lo trata, y me perdono, y lo perdono…


Y le digo “está bien, vas a estar bien”


Y le digo “no es con vos, nada es personal, es solo la gente siendo gente”


Y le digo “la gente que te lastima es gente que fue lastimada”


Y le digo “… y algún día vos también vas a lastimar y te vas a equivocar, y eso también está bien”.


Y el sigue llorando.


Sigue sintiendo dolor.


Pero finalmente va a sanar.


Lo sé.



Hoy puedo decir que en mi dolor, en mi lucha y en mi imperfección, puedo reconocer mi belleza.


MI VIDA EN UN RENGLÓN

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