top of page

CIGARRILLOS EN LA NATURALEZA

¿Cómo estar mal en un lugar en el que todas las personas todavía te dicen “buenos días” cuando pasas por la puerta de su casa? ¿Ver bichitos de luz todas las noches? ¡Hace desde los 13 años que no los veía! ¿Cómo no disfrutar del silencio de la montaña, del clima de primavera todos los días, del aire más puro que respiraste en tu vida? ¿Cómo estar mal cuando abrís la ventana a la mañana y la más maravillosa vista te da la bienvenida?


Finalmente la gratitud se me está brotando (¡¡finalmente!!) de a poco, como cuando dejás la ropa tendida y el rocío de la tarde la va humedeciendo, sin darte cuenta.


¡Qué difícil es relajarse! ¡Qué difícil disfrutar de las cosas nuevas y distintas incluso cuando sabés que son mejores que lo que jamás experimentaste antes!


¿Estamos acostumbrados a estar mal, a estar insatisfechos?

¿Nos enseñaron eso?


Tener un trabajo sin horario y poder hacerlo descalzo y tirado en una hamaca paraguaya me desconcierta. Hasta podría decir que me incomoda… Tener autonomía absoluta de mi tiempo y mi estado de ánimo es casi lo mismo… o peor. La posibilidad de no tener a nadie que te juzgue, que te pida nada, que te haga sentir culpable o en falta, es una locura!!!


Parte de mi ser se desespera un poco cada día. Necesita aferrarse a cosas. Necesita encontrar obstáculos. Le cuesta simplemente poner los pies sobre la tierra – literalmente – y RESPIRAR.


Y un poco es porque finalmente creo abracé el motivo por el que estoy acá: necesitaba dejar todo para encontrarme a mí mismo.


Ya sé que lo vengo diciendo hace un montón. Pero recién lo estoy asumiendo realmente.


Convivir con gente y cosas nuevas, en esta calma, en esta libertad, fue el vacío que me hizo encontrarme conmigo mismo. Y descubrir que todavía hay un montón de actitudes y dependencias que arrastro y que me son tóxicas.

Estoy conviviendo con el dolor emocional, eso no cambio. Todavía extraño cada día y cada detalle de Rosario. Pero, sobre todo, todavía extraño al Alejandro que se quejaba como un chico y que siempre tenía alguien para consolarlo. Extraño al Alejandro que está muriendo en Colombia.



Ayer hable con Dios. (¡¿?!)


¡Sí! No es que lo escuché, ni nada parecido. ¡Todavía no! Pero sentí la claridad de su mensaje.


Me dijo: “Yo sé que es muy difícil estar acá enfrentando tus miedos y cambiando tus formas, Ale. Por eso te voy a compensar con los paisajes y la naturaleza más hermosa que tu corazón pueda soportar”


Dicen que Dios aprieta pero no ahorca...


¡Este lugar es un paraíso! ¿Cómo pude estar tan ciego y reticente a saborearlo los primeros días?


Y la verdad me lleva de vuelta al principio de este post: no estoy acostumbrado.


No estoy acostumbrado a cuidarme y a priorizarme.

No estoy acostumbrado a disfrutar sin culpas.

No estoy acostumbrado a quererme y a respetar mis tiempos.

No estoy acostumbrado a darme una palmadita en el hombro y decirme: “lo estás haciendo bien, Ale”.

No estoy acostumbrado a hacer y pedir lo que quiero.

No estoy acostumbrado a saberme dueño de mi tiempo y mi destino.

Pero estoy en camino…


Mientras tanto, entre tanta salud mental, entre tanta montaña y bosque de pino, entre tanta libertad, me prendo un cigarrillo en mis caminatas matutinas por la reserva ecológica, para no quitar de golpe todas las actitudes autodestructivas. Me tomo una Coca Cola en la ciudad en la que los jugos de las más deliciosas frutas son tan baratos como el agua.


Y, de a poquito, sin presiones, voy transitando mi camino. Un camino que es muy parecido a los de Santa Elena, a veces en subida y otras en bajada…


MI VIDA EN UN RENGLÓN

bottom of page