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TO LIVE - TO LEAVE

Y si… hace un montón que no escribo. Pero no es porque no tuve tiempo. Es porque mi mente no llegó a digerir, a asentar, todo lo que me pasó en estos últimos 10 días.


Primero que nada: ¡Hola! ¡Estoy en Colombia!


Pero ¿Llegué a Colombia? ¿Me siento en Colombia?


La verdad es que no. La verdad es que estoy pasando un tramo bastante incómodo de desadaptación/readaptación. La verdad es que no me vengo sintiendo nada bien. Y todavía no sé muy bien por qué es.


Mi instinto me dice que no pude soltar amarras en Rosario.


La realidad me dice que me pasaron montones de cosas juntas, a nivel emocional, los últimos días en Argentina, que aún no germinan, y eso me hace esperar…


¿Esperar qué?

Ja! Si supiera…


Algo muy gracioso se me reveló por casualidad en el aeropuerto de Panamá, en mi camino aquí. Y creo que es porque venía pensando en spanglish. Como muchos saben, mi amiga Bodra, quien me está alojando acá y quien me dio trabajo, es de Canadá. Así que generalmente hablamos en inglés. Supongo que por eso…

De cualquier manera, la revelación – por más estúpida que sea – fue la siguiente:


En inglés, to live (vivir) se dice igual que to leave (dejar, o irse)


Increíble ¿No?


DEJAR Rosario se volvió una necesidad apremiante para mí el último año.

DEJAR mis cosas (departamento, muebles, ropa, libros, CD’s, etc.) fue una experiencia rara. Bastante idealizada por momentos, inexplicablemente difícil otros. Pero “rara” lo define mejor que nada.

DEJAR mi trabajo fue algo que me pasó casi desapercibido. Toda esa falsa seguridad puesta en una función que haces de 9 a 6 de la tarde, no me pareció tan arriesgado. Y le eché la culpa al adormecimiento emocional en el que me sumergí para poder completar todas mis tareas pre-viaje.

DEJAR a mis amigos y familia… eso sí que fue una puñalada al corazón. Eso sí que fue una experiencia…


DEJAR=VIVIR

¿Tendrá sentido?


Ahora que estoy acá veo a mis viejos por Skype y lloro a mares. EXTRAÑO TODO Y A TODOS. Daría la vida por estar en Rosario ahora.


¿Pero no era lo que quería?


Tengo una sospecha, déjame confesarte, que me viene dando vueltas desde hace algunos días: creo que ese dolor es lo que “se espera” que uno sienta cuando decide mudarse a otro país.


Si tuviera que buscar entre todas las palabras que me dijo mi viejo durante toooodo el último mes, “desarraigo” es la que más veces usó.

Antes de irme la gente me venía a saludar y lloraba, y me decía cuánto me iba a extrañar. FUE COMO ESTAR DESPIERTO EN TU PROPIO FUNERAL. Una experiencia horrible…

Y, en el fondo, lo que más me confundió fue darme cuenta de que muchas de esas personas me necesitaban. Y me necesitaban porque así es como construimos los vínculos los argentinos. Nos juntamos, nos apelotonamos. Nos acostumbramos. Nos necesitamos entre nosotros, ya sea para superar las cosas que nos pasan en la vida, o por comodidad, o para compartir y disfrutar juntos. En tu familia, en el trabajo, en tu grupo de amigos. Todos nos amamos y nos odiamos un poquito también, pero estamos domesticados con las herramientas necesarias para hacer que funcione.


Todavía no aparezco en ninguna de las fotos que saque en Colombia… y es porque no “siento” estar acá todavía.

Es porque esa necesidad – adquirida, adoptada y alimentada – que tengo con mi gente en Rosario todavía me sigue dando vueltas en las tripas.


DEJAR. No era tan fácil como parecía.


Las pocas personas que conocí acá (por cuestiones de intermediarios) resultan ser “gente de mundo”. Abiertas, desprendidas, libres. Gente con mucha experiencia sobre sí mismos y con la capacidad de relajarse y ver su vida como una sucesión de hechos totalmente maleables e intangibles, si se quiere. Siento admiración por ellos. Quiero que se me contagie. Quiero sentir esa libertad.


Yo, por mi lado, todavía sigo pegado a ese sinónimo sonar: to live-to leave


Hay algo que todavía no me está cerrando del estar acá. Y estoy seguro que mi descontento tiene que ver con finalmente hacerme cargo de ese pensamiento y enfrentarme a la lección que (“sin querer, queriendo” como decía El Chavo) parece ser la que vine a aprender.


Habrá que dejar, entonces. Aunque duele y es muy duro.

Son 33 años de estar educado a “agarrarme” de las cosas.


Cuando lo logre finalmente, te cuento...


MI VIDA EN UN RENGLÓN

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