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BUUUU...

Creo que voy a hablar del miedo… Y de cómo el miedo te impide ser felíz.

Porque al final de cuentas es solo eso ¿No te parece?

Me acuerdo haber pensado, en los momentos en que me sentí verdaderamente felíz y pleno: “¡Que fácil era esto después de todo!”. En mi memoria está todavía esa sensación de alivio, como un suspiro laaargo y relajante. La certeza de que la felicidad es nuestro estado natural... y después nos olvidamos, simplemente, de lo fácil que es ser felíz.


Pero ¿por qué nos olvidamos? Si era tan fácil


¿Cómo podemos recordar?


¿Es una especie de secreto milenario escondido por los dioses entre los rincones menos transitados de la cotidianeidad? ¿Solo los más evolucionados tienen acceso a la felicidad? ¿Solo los sabios, los más inteligentes… o los menos? ¿Funciona realmente consumir las pequeñas “formulas de felicidad” que nos venden por todos lados? ¿Y que hay, entonces, de los que no pueden leer un libro de Osho, o a los que no emociona Paulo Cohelo?


Bueno, yo leí Osho y la verdad-verdad es que no me gustó mucho. Me emocionó un solo libro de Cohelo, el resto me parecio medio berretón. Hice 7 años de psicoanálisis, 3 de gestal, 5 de terapia transpersonal. Aprendí Reiki. Prendo sahumerios regularmente, rezo todas las noches y me pongo una cintita roja en la muñeca. Curo el mal de ojo, el empacho y las quemaduras. Soy cariñoso, claro y demostrativo con la gente que quiero. Si, me fumo un atado de cigarrillos por día y me gusta la comida chatarra, pero no le contesto mal a mis viejos ni le pego a mi perro. Y aún así todavía no tengo la más pálida idea de cómo ser felíz.


Estoy casi casi seguro de que en un momento lo sabía, pero ya no.


Me olvidé.


Y tampoco te estoy hablando de revalsar felicidad mientras camino, ni hablar con los pajaritos y las flores cuando voy a la verdulería. No. Estoy hablando de esa estabilidad interna que te ayuda a enfrentar el día a día sin andar gastando energía de más. Te hablo de irte a dormir a la noche, apagar la luz y preguntarte casi sin darte cuenta: ¿Soy felíz?. Y responderte con un deliciosamente mediocre y orgánico: Si.


Me olvidé.


Porque sabes muy bien de lo que estoy hablando. Vos también lo sentiste alguna vez. Sin que te haya pasado nada extraordinario. Alguna vez dormiste especialmente bien, y te levantaste especialmente bien, y pensaste que si el resto de la vida era exactamente como ese momento estabas totalmente en paz. ¿No? Duró un instante, pero lo sentiste.


Yo también lo sentí. Y, como vos, también me olvidé qué pasó el día anterior para que todo resultara así.


Pero sí me acuerdo de todos los otros momentos. Me acuerdo hasta de la ropa que tenia puesta y la canción que estaban pasando en la radio el día en que me separé de mi pareja. Me acuerdo el frío que hacía la noche en que tuve mi primer accidente de auto, y la cara de la gente que se acercó a ver. (…) Y hasta me acuerdo de las cosas que están escritas en la parte de atrás de los respaldos del asiento del colectivo que me tomé esta mañana, camino al trabajo; me acuerdo de los vidrios empañados y hasta del murmullo y el olor característicos. (Ufffff!! ¡No hay nada más deprimente que el colectivo a la mañana!...)


Y cuando me acuerdo de todas y cada una de esas cosas hay una sola sensación que se me pega a la piel: MIEDO.


Porque, si lo pensas bien, atrás de cada cosa que te da tristeza o te irrita o te fastidia hay MIEDO.


Miedo a que algo bueno se termine, o a que algo malo pase, o a que no pase nada en absoluto, lo que es peor!!




Alfred Hitchcock dijo una de mis frases preferidas: “No hay nada más terrorífico que una puerta cerrada”.


¿Será por la incertidumbre? ¿Será por lo desconocido? ¿Será por saber que hay algo del otro lado que no podemos controlar? No lo se, pero tiene toda la razón.


Cada vez que algo malo pasa, que un amor nos deja, que perdemos a un ser querido, que nos echan de un trabajo, algo que conocíamos cambia. Y empieza otra cosa, nueva y desconocida. Incluso cuando hay algún aspecto de nuestra vida que sentimos que no podemos modificar nos deja expuestos a una nueva y desconocida e incontrolable posibilidad: la de que nunca cambie.

Esas son las puertas cerradas.

Cada instante en que pase o no pase absolutamente nada que consideremos significativo en nuestras vidas es una puerta cerrada. Da un poco de miedo si lo llevo a ese extremo.

Pero dejame exagerar un poco, dejame ir hasta el extremo nada más que para jugar, para ver adonde nos lleva…


Está psicológicamente comprobado que en cada cambio de nuestra vida se experimenta inconscientemente una sensación que nos remite a la muerte. ¡En serio! No es que re-experimentemos la muerte (porque sería muy desconsiderado de mi parte presuponer que crees en la reencarnación). Pero SI es seguro que sentimos que algo termina definitivamente, y eso nos hace pensar en la muerte, despiadada e inevitable. Y a nuestro cerebro, que nunca pierde oportunidad, le da MIEDO.


Bueno, hay una sola cosa que me asusta más que La Muerte, y es la No Vida.


Te diría que casi soy un experto en la No Vida. La tomo en el desayuno con el café todas las mañanas.

Mi reacción inmediata al MIEDO es pensar demasiado. Solo para tratar de entender, así deja de ser algodesconocido. Para tratar de prevenir, así deja de ser inevitable. Para tratar de controlar, así deja de ser incontrolable. Cada esfuerzo es en vano.


Y así voy por la vida, o la No-vida, gastando energía sin sentido alguno.


Probablemente tendría que dejar de pensar del todo. O simplemente tendría que dejar de tratar. Pero cada vez que lo hago me vuelvo a caer en una angustia casi imperceptible con la que definitivamente puedo funcionar (lo que es muy poco sano), pero que no deja de recordarme que: me olvide.


Estas páginas son un intento de recordar.

Son cosas que tengo que dejar salir o me van a explotar en la cabeza. Tomalo como un diario, si querés.

Este es un intento de recopilar las pequeñas lecciones que me dejaron las experiencias. No siempre nos acordamos de todo lo que nos enseñaron en la escuela, y de vez en cuando está bueno reabrir un libro, buscarlo y repasarlo. Las lecciones de vida a veces se nos olvidan también. Es por eso que volvemos a tropezar más de una vez con la misma piedra.


Esa bendita misma piedra…

MI VIDA EN UN RENGLÓN

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